¿Por qué decimos “Amén” al final de cada oración?

¿Por qué decimos “Amén” al final de cada oración?

Por el equipo de Villa Católica || 22 de Junio 2025

 

“Amén.” Una palabra que pronunciamos casi sin pensarlo, pero que encierra una profundidad espiritual inmensa. Desde la infancia, aprendemos a cerrar nuestras oraciones con ella, como un punto final. Pero, ¿alguna vez te has detenido a pensar por qué lo hacemos?


Una palabra antigua, poderosa y llena de fe

“Amén” proviene del hebreo āmēn, y puede traducirse como “así sea”, “es verdad” o “yo creo”. Es una palabra que aparece muchas veces en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, usada siempre como una expresión de afirmación, fidelidad y confianza en Dios.

Cuando decimos “Amén”, no estamos simplemente cerrando una oración: estamos reafirmando que creemos en lo que acabamos de decir, y lo colocamos en manos de Dios. Es, en esencia, un acto de fe.


¿Qué estamos diciendo realmente?

Decir “Amén” es como firmar una oración. Es una forma breve, pero poderosa, de decir:

“Señor, esto que acabo de decir te lo entrego con fe. Estoy de acuerdo. Confío.”

Durante la Misa, por ejemplo, cuando respondemos “Amén” al recibir la Eucaristía, no es una respuesta automática. Es una declaración valiente: “Sí, creo que este Pan es tu Cuerpo. Amén.”


Un puente que nos une a todos los católicos

En cada país, en cada lengua, en cada familia, millones de personas usan esta palabra como parte de su vida de fe. “Amén” es universal. Nos conecta con generaciones pasadas y con creyentes de todo el mundo que oran con las mismas palabras que nosotros.

Su brevedad no le quita profundidad. En ella caben la confianza, la entrega, la esperanza… y, a veces, también el silencio de quien no tiene más palabras, pero aún quiere confiar.


Una invitación diaria a confiar

La próxima vez que digas “Amén”, no lo hagas con prisa. Haz una pausa.
Repite en tu interior:

“Confío, creo, y lo dejo en tus manos, Señor. Amén.”

Así, cada oración cerrará no solo con una palabra, sino con un acto vivo de fe.

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